La colusión del confort: raíces e implicancias.

Eliodoro Matte.
Eliodoro Matte

Foto: Revista Qué Pasa.

Tener el poder de violar la ley, como se ha hecho en la llamada “colusión del confort” –o “papel tissue” como le dicen algunos columnistas siúticos-, implica básicamente dos cosas: una capacidad técnica del violador y una incapacidad técnica del fiscalizador. Requiere de instituciones fiscalizadoras que no funcionan bien y de individuos hábiles para burlar el sistema. Y por sobre todo, requiere de buenos aliados para delinquir y protegerse. En esta columna no vamos a describir en detalle la colusión del confort, porque en Economía Para Todos ya lo han hecho con maestría. Aquí lo que haremos es lo que nos interesa: observar el poder, sus raíces y sus implicancias.

Las raíces sociológicas de la colusión.

En un tono humorístico y desenfadado, Josefina Reutter, autora del blog “Cuicoterapia”, describió en su libro homónimo a la aristocracia chilena o “cuicos” como “quienes históricamente –más de dos generaciones- vienen de <<buena familia>>, han recibido la mejor educación, viven en los mejores barrios y, por sobre todo, están muy bien conectados”. Es decir, lo que caracteriza a la clase alta tradicional de nuestro país, como la familia Matte, es su pertenencia a una red de contactos altamente cohesionada. Sumemos otro dato menos humorístico: según el estudio del 2013, “La Parte del León”, de López, Figueroa y Gutiérrez , el 1% de los contribuyentes (alrededor de 120.000) concentra el 30% del ingreso total declarable que registra el Servicio de Impuestos Internos. A su vez, el 0,01% de los contribuyentes (1200 personas, más menos) concentra un 10%. Eso implica que, como dijo CIPER en su oportunidad, si la economía chilena fuera una torta de un kilo, ese 1% se lleva 300 gramos, dejando 700 gramos para el 99% del país. Y ese enigmático 0,01% se lleva 100 gramos. A pesar de los alegatos y griteríos caóticos de ciertos sectores de la sociedad respecto a las “peligrosas” reformas del gobierno –más bien, ilegibles y confusas reformas del gobierno-, nada en la realidad chilena ha cambiado lo suficiente como para decir que esos niveles de concentración de riqueza, de contactos y, por ende, de poder, se han reducido. Gabriel Ruiz-Tagle, Eliodoro Matte y Jorge Morel no sólo pertenecen a la casta considerablemente pequeña del país que es ese económico 1%, sino que además los tres ostentan apellidos “tradicionales”. Son, como ha dicho Josefina Reutter, cuicos. Y como cuicos,  como poderosos, concentran una buena libreta de contactos que habitan el sector oriente de la capital chilena.

Ahora imaginemos que usted vive en un barrio acomodado donde los vecinos se “ubican”; usted además va a colegios donde va “gente como uno”; usted se encariña con esa gente, hace amigos entre los hijos del poder. Traducido a un mapeo de redes sociales, diremos que usted está a una o dos personas de distancia de Luksic, Matte y Angelini, mientras que el resto de los chilenos con suerte se conforman con tener “6 grados de separación” [1]con ellos. No es su culpa, usted nació allí y su realidad fue siempre esa: ropas, costumbres, rituales y gustos similares. Si bien ninguna clase es un todo homogéneo, nuestra clase alta tiene una fuerte cohesión interna: se protegen aunque piensen diferente, porque se quieren o se respetan. También porque les conviene. Son primos lejanos, son amigos cercanos. Hay, al decir de una antigua consigna marxista, una verdadera solidaridad de clase entre la elite: una solidaridad de clase alta, de identidad compartida, de un habitus aristocrático que incluye maneras, gestos, palabras; sutilezas que no cualquier aparecido puede imitar; esa solidaridad de clase que en las poblaciones se esfumó con la pasta base y sus sicarios; esa solidaridad que se expresa en los matrimonios, en las amistades, en los contactos.

Eso es lo que llamaremos segregación: el hecho de que la fuerte desigualdad económica, acompañada por una política urbana que estimula la creación de periferias y un sistema educativo que la acompaña, se traduce en la creación de castas endogámicas con prácticas identitarias, exclusivas y excluyentes. Mientras unos dicen “Tchile” otros dicen “Shile”; mientras unos toman «té» otros toman «once», y la pronunciación en el contexto ajeno genera resquemores a tal punto que nuestro lenguaje nos obliga a quedarnos “entre los nuestros”.  Y Chile tiene dos “nuestros” muy marcados: una clase pobre que raya en la miseria simbólica y material, y una clase alta que irónicamente vive en los cerros de la capital, perdida en sus 20.3 m2 de áreas verdes por habitante, 10 veces más que el resto de la ciudad. Cerros más y plantas menos, lo mismo se replica en las provincias. En el medio, en el tambaleo generalmente descendente, está la clase media, que alimenta su lenguaje y sus maneras con ambos extremos: vive en “Tchile” pero toma “once”.

El efecto obvio de esa segregación de ambos extremos socioeconómicos es la endogamia y el tribalismo, y por ende una baja empatía real entre ambos grupos, entendiendo que la solidaridad tipo “Techo para Chile”, tenga la utilidad material que tenga, no contribuye necesariamente a una asociación duradera entre marginados y poderosos: no porque unos construyan casas para otros, significa que unos ayudarán a encontrar trabajo a otros, o se prestarán ayuda en el futuro, o se harán compadres o contraerán matrimonio, o simplemente van a construir un afecto duradero y presente. Esa endogamia de clase, que es lo mismo que decir que Chile tiene una muy reducida movilidad social en los extremos socioeconómicos, alimenta resquemores, temores, odiosidades. Pero también alimenta una fraternidad excesiva entre “los nuestros”, dejando de lado el “nosotros” que se supone que es todo Chile.

Volvamos: el poder no es sólo la autoridad y habilidad. Es el entramado de redes de confianza, y el poder que concentran los miembros de esas redes, lo que finalmente termina construyendo el éxito de las decisiones ilegítimas. Coludirse para vender más caro, corromper el sistema político mediante boletas falsas, financiar campañas para asegurar intereses, implica que confiamos en que todos los violadores guardarán silencio. Implica además que el “nosotros” de clase es más importante que el “nosotros” como nación. Y confiamos porque esos violadores son nuestros semejantes, son “de los nuestros” o los controla “uno de los nuestros”. Aunque Moreira sea un “rasca”, siempre está bajo la mirada de Jovino; aunque Rossi sea un socialista, tiene bonito apellido y estudió en la Católica. Por tanto, la raíz de toda esa destrucción de la confianza en las instituciones está en la endogamia de clases, en la segregación, en que la vida en ese estado de inmovilidad social está casi predeterminada. Así como el pobre está amenazado por la delincuencia, las drogas y el alcoholismo, el rico está amenazado por la elusión, la colusión y la corrupción –y probablemente a las drogas refinadas y el alcoholismo de salón-. Como se ve, la segregación sólo destruye el prestigio de todos. Pero seamos sinceros: sólo los pobres se van presos, porque robar una cartera es mucho más grave que robarle a un país o engañar a sus instituciones.

Reitero, entonces: la segregación o el estado de inmovilidad social de los extremos socioeconómicos de Chile, alimentado por la desigualdad en la distribución de riquezas y la pésima planificación urbana, asistido por el sistema educativo primario, secundario y superior, es la raíz de ese nivel de poder que permite violar la ley, porque impide la construcción de un sentido de nación global y sólo alimenta su sentido tribal: nosotros los pobres, nosotros la clase media, nosotros los ricos, cada cual velando por lo suyo. Y es muy claro cuál de los “nosotros” se lleva la mejor parte.

Algunas implicancias de la colusión

Según los resultados de la Encuesta Nacional Bicentenario 2015, liberados hace menos de un mes, un 59% de los chilenos encuestados tiene nada o poca confianza en las empresas del país, y sólo un 8% declara tener mucha o bastante confianza. La implicancia más directa de esta colusión será, evidentemente, un aumento de la desconfianza en el sector empresarial. Pero observemos los resultados del resto de las instituciones de poder sondeadas:

Figura 1: ¿Cuánta confianza tiene usted en las siguientes instituciones?

confianza instituciones

Fuente: Encuesta Nacional Bicentenario 2015, Pontificia Universidad Católica de Chile | GfK Adimark.

Tal como se ve, sólo las fuerzas armadas y las universidades presentan una aprobación errática, mientras que el resto tiene una marcada tendencia al descenso. Esto refuerza lo que hemos dicho: en Chile la segregación ha generado un tribalismo tan fuerte que la desconfianza es transversal al poder. Y si nos metemos en la cabeza del chileno común por un momento, pensaremos que empresarios, clase política y la justicia están coludidos para mantenerse donde están. Esta tesis, observada en los resultados de la encuesta de forma indirecta, se refuerza con el caso Penta, con SQM, con el caso Caval y con la reciente colusión del Confort. La gente no confía en las instituciones, y por ende se retira de ellas como una acción que bordea la resignación y el castigo burdo. Deja de participar políticamente porque cree que es inútil, porque “igual hay que seguir trabajando” y porque es frustrante ver que nada cambia cuando se prometen cambios. En consecuencia, si hemos interpretado bien el sentido común de buena parte de los chilenos, las próximas encuestas van a mostrar un descenso estadísticamente significativo en todas las instituciones de poder y no sólo en las empresas. Y ese descenso no tiene identidad política. No es una victoria para nadie en especial.

Otra implicancia de esta colusión es la que ya se está observando: la excomunión progresiva y silenciosa de Eliodoro Matte como sujeto de influencia considerable en el diario vivir del país, relegándolo a su influencia únicamente económica. Esto ya se vio con su exclusión de la presidencia del CEP y el pronunciamiento de la Sofofa, pero también lo verá Eliodoro en su círculo íntimo: dejarán de invitarlo a algunas inauguraciones, a algunos eventos sociales de importancia pública, porque puede a manchar el prestigio de esos espacios. Y digan lo que digan los analistas cínicos, perder prestigio duele.

En los círculos políticos esto se va a usar para atacar a dos precandidatos no reconocidos: Lagos y Piñera. Al primero por ser quien quitó la cárcel a los delitos de colusión y al segundo porque uno de los implicados, Gabriel Ruiz-Tagle, fue su Ministro del Deporte. ¿Quiénes lo usarán? En primer lugar, todos los que quieran el sillón presidencial, restando quizás a Velasco o a MEO porque tienen tejado de vidrio y parece que sus asesores comunicacionales tienen cerebro. Manuel José Ossandón se dará un festín si es que no tiene alguna vieja amistad con Eliodoro Matte.

Por añadidura, esta colusión será otra oportunidad de promoción para las ideas de libertad económica de la derecha liberal y sus candidatos, y también de la derecha conservadora ajena a la UDI, a Karadima y al cura O’Reilly. Lo es porque los primeros comenzarán, como ya lo han hecho, a pedir cárcel para los delitos de colusión y a repetir ese incesante “hay que proteger el capitalismo de los capitalistas” que se escucha en las facultades de economía y negocios del país. Y los conservadores no neoliberales, agrupados en colectivos tipo Solidaridad UC, emprenderán nuevos  relatos, construyendo su propuesta mientras se alejan de la ahora dañada casta neoliberal del pacto Chile Vamos (antigua Alianza). Esto ya lo han comenzado algunos columnistas, pero ahora tendrán realidad para fortalecerse. Es obvio que también es una oportunidad para los movimientos emergentes de izquierda, por lo que no me detendré en ellos.

¿Quiénes pierden en política? Los aliados de Lagos y los niños favoritos de las empresas, como la UDI, el PS y el PPD, los primeros heridos en la contienda. Pierden los empresarios como interlocutor válido en el juego comunicacional, al menos por un tiempo. Bachelet y la parte de la Nueva Mayoría que no le hace fuego amigo, podrán usar esto para fortalecer el programa y la necesidad de una nueva constitución, que ahora puede ser la constitución que “castigue la colusión”. Allí ganan adeptos incluso entre los defensores reales del libre mercado. Por ende, pierden indirectamente los opositores a una nueva constitución.

Sin embargo, la principal ganadora aquí es la realidad; esa realidad que entre mentiras, ovaciones, colusiones y omisiones, se hace paso para que miremos sus heridas. Y si logramos aceptar que estamos heridos, quizá podamos comenzar a sanar.

[1] La teoría de los 6 grados de separación es la hipótesis que establece que todo humano está conectado con otro humano por, máximo, una cadena de 5 intermediarios. Es decir, que en teoría todos los chilenos podemos seguir una cadena de 5 personas para llegar a Angelini, a Solari, a Luksic o a Bachelet. Si suponemos que todos tenemos la misma cantidad de intermediarios, entonces es posible decir que una distancia menor a esa implica un grado de poder en el individuo, dado que tiene un mejor acceso a redes de poder.

La colusión del confort: raíces e implicancias.

2 comentarios en “La colusión del confort: raíces e implicancias.

  1. Celia dijo:

    Es bueno ver que alguien haga una conexión no sólo entre quiénes son los dueños de las grandes empresas de Chile, sino que también esos muchos dueños comparten una serie de códigos ligados a una clase cerrada, que en este país es hermética, oligárquica. Que además es equivalente a hablar de quienes son los que tienen el poder en el país, quienes tienen el poder económico si es que no son los mismos o los parientes, vecinos o amigos de quienes están en el legislativo, ejecutivo o comunal los financian y comen juntos, eso es casi de conocimiento popular.
    Pero es, por ejemplo, interesante y medular analizar su lenguaje y sus códigos, eso nos puede decir mucho de la forma o «los lentes» con los que ven el mundo, ya por sí sola la categoría de la «GCU» da para un paper entero e incluso una tesis.
    Por otro lado, como bien dices, robar una cartera es más grave judicialmente hablando que robarle a todo el país, las sanciones son ridículamente menores. Sin embargo, hay una sanción que no pasa por lo «jurídico» sino que por ese mismo círculo hermético, que constantemente se cuida las espaldas, la «sanción social», la pérdida de prestigio, el «ignorar al otro y evitarlo», ningunearlo, pisotear el «honor palton» (sorry por el concepto pero creo que no se me ocurre otra cosa), que una vez perdido es difícil de recuperar. Claro al Matte poco debe interesarle que la Clase media y los pobre piensen que es una mierda de persona, el no va tomar el té con ellos. Pero si va y está acostumbrado a asistir a almuerzos y eventos donde ostenta de su estatus, no solo económico sino que también donde se le reconoce, alimenta su ego y su posición en un círculo, perder eso como diría un autor es «perder la cara».
    No obstante no podemos conformarnos con eso, la sanción judicial debería ser tan fuerte como quitarle un porcentaje importante de su patrimonio, ganancia u algo que de verdad le duela desde tribunales ¿Ocurrirá eso algún día en Chile? Pues lo veo bien difícil en un futuro cercano, porque la clase política es parte de ese círculo que se cuida entre sí y que la clase política cambie es un proceso largo y paulatino que depende de todos nosotros.
    A veces pienso que la sanción social es simbólicamente la más fuerte para esta gente sobre todo cuando proviene de la gente que no es de la GCU y que hace algo además de quejarse por twitter o por medio de una pantalla, quizá si una turba de personas se organizara e hiciese un acto como «tirarle caca real» en una plaza pública le haría darse cuenta del daño y la poca conciencia de que hay de otros que sienten enojo y repudio hacia personas como él, que no es intocable y es tan humano como cualquiera de nosotros. (esto es solo un ejemplo bien gráfico para ilustrar el punto de la «justicia comunitaria» que se da con fuerza en otros lados del mundo, incluso en unos no tan lejanos)

    Saludos

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